Talento creadores: Jacobo Julio

Por Anna Albaladejo

Jacobo Julio Roger, nacido en Valencia en 1972, es dramaturgo, director, gestor cultural y también actor, si se le pone delante una pieza a la que hincar el diente.

Se licenció en Dirección Escénica y Dramaturgia en el Institut del Teatre de Barcelona aunque la mayoría de su trayectoria artística y activista la ha desarrollado en Valencia (por suerte para las que conformamos esta comunidad teatral).

En Dramaturgia se ha formado con maestros como Sergi Belbel, Sanchis Sinisterra, Paco Zarzoso, Jordi Galcerán, Matías Feldman, Alejandro Tantanian, Alberto Conejero, Eusebio Calonge, Josep Mª Miró, Santiago Loza, Romina Paula, Edgar Chías, Gabi Ochoa, Enrique Urbizu, María San Miguel o Andrés Lima, pasando de forma habitual por las sucesivas ediciones de Creador.es, donde no solo se han gestado algunas de sus piezas más sólidas sino que también ha entretejido complicidades con compañeras/os de geografías diversas.

Ha escrito y estrenado obras de autoría propia como Jose Antonio y Federico (Premio Autor Exprés SGAE 2019 y estrenada como Residencia de Creación de la sala Carme Teatre), Dies Meravellosos, Com a bésties o Fast Money (estrenada en 2019 en Ruzafa Escénica y de cuyo proceso de creación nos habla en esta entrevista).

Como muchas de las dramaturgas/os valencianas/os de su generación, ha trabajado en numerosas dramaturgias colectivas como Taxis, creada y estrenada junto a Rebeca Crespo y Nestor Mir para el Festival VEO, Puedes volver (Karaoke en desahucio), estrenada en la Sala Inestable como residencia de creación, o Abelles con el colectivo Las Federicas.

Dentro de su faceta de creación colectiva cabe destacar su compañía Francachela Teatro donde, junto a Isabel Caballero y otras actrices y creadoras valencianas, estrena y gira Menú DegustoAcción y Pecatta Minuta, textos publicados en la colección «Dramaturgias Subversivas» coordinado por Comitè Escèniques y editado por Red Escénica.

Como otro de sus trayectos a destacar está el de gestor cultural, indisolublemente ligado a una visión activista del arte, dirigiendo y programando en festivales de tanta trayectoria como el Cabanyal Íntim (junto a su compañera de quimeras, Isabel Caballero) y sus proyectos hermanos Matarranya y Polinyá Intims, además de programar la Feria de Ráfales en Casa Juano.

Cuando le pedí a Jacobo que se radiografiara en 25 palabras, su respuesta fue toda una declaración vital, artística y política:

¿25 palabras? Me sobran 20. ¡Por una nueva dramaturgia Queer!

Y a partir de aquí, como podréis intuir, toda la conversación que mantuvimos vía on-line el otoño de 2020 fue maravillosa, profunda y vital. Aquí la tenéis.

¿Cuándo y cómo llegas a la escritura para la escena? Referentes, maestr@s, intercambios, «compas» de viaje…

Hemos de remontarnos unos cuantos años atrás. En realidad, todo empezó de crío, cuando aún era adolescente, iba al Instituto. Mi amigo Ramonet me llevó a una curandera del Cabanyal por una lesión en el hombro tras un trompazo espectacular en la Vespino. Los médicos me dijeron que ya no podían hacer nada más y -a la desesperada- empecé a buscar otros métodos. 

Era una casita baja de la calle Rosario, me encontré con aquella santera alucinante que no paraba de rezar a discreción y hacer la señal de la cruz a cada momento, besando estampitas y sibilando credos y padrenuestros a destajo. Empezó a toquetearme y a mitad de manipularme la lesión tuvo algo parecido a un trance y me soltó así por las buenas: “Serás dramaturgo”

¡¿Que seré qué?! Esto no venía a cuento. ¿Qué dice esta loca? 

A continuación, un silencio y me pregunta que qué significa eso, no conoce esa palabra. Yo tampoco lo sabía, tuve que ir a consultarlo a un diccionario. Eran tiempos pre Google.

Así que fue una gitana cabanyalera beata la que me echó la maldición de Macbeth. Luego entré a formarme en interpretación en La máscara y, casi diez años después, entré a estudiar Dirección en el Institut del Teatre de Barcelona. Allí conocí a Sergi Belbel, que me metió el gusanillo de escribir teatro. Al volver a Valencia empecé a hacer talleres encadenados de Paco Zarzoso, que me contagió la pasión por la escritura y ya no he podido parar desde entonces.

Después he tenido la buena fortuna de estudiar con diferentes maestros que me han hecho amar para siempre jamás la dramaturgia: Sanchis Sinisterra, Jordi Galcerán, Matías Feldman, Alejandro Tantanian, Alberto Conejero, Eusebio Calonge, Josep Mª Miró, Santiago Loza, Romina Paula, Víctor Sánchez, Edgar Chías, Gabi Ochoa, Enrique Urbizu, María San Miguel, Andrés Lima… Confío en que sepan perdonarme si estoy olvidando mencionar a alguno.

Y, por supuesto, he aprendido muchísimo -tanto o más que de los tutores- de mis compis de talleres a lo largo del camino.

¿Qué lugar tiene la dramaturgia y escritura dentro de tu práctica artística? ¿Qué relación tienes con otros ámbitos/roles de la escena?

Actualmente la escritura y la dramaturgia son lo que más me apasiona, junto a la Dirección Escénica. Cuando llevas más de veinte años insistiendo en hacer teatro, necesariamente vas pasando por todas las etapas. Empiezas estudiando interpretación y encarnas personajes. Te vuelves vestuarista y utilero de ti mismo, selector de músicas y coreógrafo de tus propias partituras de movimientos.

Empezar con la Dirección fue el salto mortal que me cambió la vida. Actuar me gusta, pero dirigir me apasiona. Ahí fue donde me empecé a dar cuenta de que había encontrado un camino de vida y que todo lo aprendido durante el trayecto es valioso para la puesta en escena. Dirigir es un complicado y apasionante juego de equipo.

La escritura vino mucho después. Es la que me ha permitido volar, pero no hacia la locura, sino que, gracias a la experiencia de haber actuado y dirigido, te ayuda a mantener el equilibrio entre la cruda realidad y el sueño. Convertirte en hacedor de realidades es lo máximo, quisiera no dejar de hacerlo nunca.

La última faceta por la que he pasado ha sido la de programador teatral en los diversos festivales “íntims” que llevamos a cabo a lo largo del año, desde hace ya diez años que empezamos Isabel Caballero y yo. Ahí empiezas a entender otras cosas. Eres como el mediador entre el artista/artesano y el público. Te enseña a ver la pieza escénica: desde la producción y la viabilidad de su puesta en escena, hasta la seducción del espectador para que venga a verla y conseguir que la recepción de la obra sea la mejor de las posibles.

Cuando llevas tantos años en esto ya no te defines con una etiqueta u otra, te vuelves un hacedor de teatro. Pero ante todo, y sobre todo, desde que era un chaval y hasta el día de hoy, me defino como un ávido devorador de lo escénico. Llego a donde me alcanzan las fuerzas, el tiempo y el presupuesto, pero mi afán sería verlo todo. Y -a ser posible- no en streaming, por favor; en carne y hueso.

Es muy interesante lo que comentas de haber llegado a la escritura a través de la dirección escénica y no al revés. Puedes hablarnos un poco más de esto en la evolución de tus trabajos. 

Cuando diriges una pieza -en caso de que esté escrita previamente, claro-, necesariamente (a veces involuntariamente) estás reescribiendo esa obra.

Lo que en un inicio son apenas unas palabras en tinta impresa (o un pdf en la pantalla de un ordenador, dirán los más milenials, jeje) han de transustanciarse en carne, en piel, en respiración, en ritmo vocal, en imágenes, volúmenes y composiciones visuales, en espacio escénico, en luz, en un vestuario, un maquillaje o ausencia de él, en músicas, sonidos y silencios, en intenciones y subtextos, en colores y formas… El texto es como el principio del camino, es el mapa, el proyecto sobre plano. Desde la dirección (a través de los intérpretes, iluminadores, escenógrafos etc.) construyes el edificio y lo haces realidad. Todes somos coautores de la construcción final. Y más aún por la fragilidad y lo efímero de la construcción, ya que cada vez que se representa una pieza, la hacemos nacer; y con la misma fugacidad desaparece. Y así cada vez, en cada bolo, la estás materializando; escribiendo y narrándola en un tiempo y un espacio. Creo que me estoy extendiendo demasiado en obviedades. En definitiva, lo que quería decir es que la dirección y la autoría cabalgan juntas y no se me hace extraño ni traumático el paso de la una a la otra, sino todo lo contrario. Todo esto en lo que respecta a dramaturgia de textos ya escritos de antemano, pero en nuestra trayectoria con Francachela, las piezas que hemos creado han sido durante muchos años a partir de la creación colectiva. En estos casos ya no es que la dramaturgia y la dirección avancen parejas, están necesariamente agarradas de la mano (o más bien fundidas en un abrazo) para que la obra sea posible.

Siguiendo en la intersección entre Escritura y Dirección: cómo crees que influye en tu proceso de creación y en la escritura misma el hecho de ser director de escena.

Mucho, tal vez demasiado. Cuando lees textos no puedes evitar imaginar cómo la montarías. Lo magnífico del poder del teatro es que “todo lo imaginable es posible llevarlo a la escena”, ya que un espacio vacío puede ser lo que queramos y trasportarnos al lugar más insólito, y un intérprete puede representar a quien le dé la gana, sea una persona, un animal o un ser fantástico. Por eso quien descubre el teatro y consigue empatizar, inevitablemente se envenena de él y ya no hay manera de desengancharse. El poder del teatro es alucinante, pero para que realmente sea apasionante y se produzca la epifanía hace falta que lo que allí se cuente nos atrape, y que todo ello se vaya narrando de manera que el público pueda recibirlo en su plenitud. Ahí está la verdadera misión (a mi parecer) de la dramaturgia y la dirección.

En tu última pieza, “Fast money”, de alguna forma se entrecruzan tus roles de actor-director-autor. ¿Podrías hablarnos un poco más de esta propuesta creativa?

Fast money” en sus inicios partió a raíz de una propuesta de ejercicio en el taller de escritura de Creador.es que hicimos hace años con Alejandro Tantanian. Mi idea de partida era escribir una escena de pre-porno, o sea ese micro momento que precede al acto sexual en las películas X convencionales, donde se utiliza cualquier excusa barata tipo el pizzero o el fontanero que llega a casa y pim pam. Secuencias con una mínima trama, que apenas se sostiene y pésimamente interpretadas, que generalmente pasan sin pena ni gloria, ni mayor relevancia, ni voluntad se ser más allá de un mínimo paso protocolario hacia lo que de verdad importa. Digamos que ocupan apenas un 5% del metraje. Mi punto de partida era alterar los factores: llevar al teatro algo que solo se hace en cine (o más bien en vídeo) y que el 95% de la pieza fuera lo previo al sexo, y sólo en el último minuto final se consumara el acto.

Empecé a investigar sobre diferentes dramaturgias del cine de adultos. La mayoría son de escaso o nulo interés, clichés superficiales. Tanto en porno hetero como gay o bi. Por otro lado existe el post porno de María Llopis, Erika Lust y otras vertientes contemporáneas, que van mucho más allá del mercado mainstream. Pero estas rarezas son más cine de autor, casi de culto, que poco o nada tiene que ver con el cine de adultos comercial al uso. No era este cine al que me interesaba darle la vuelta. Este nuevo erotismo de vanguardia, poético, feminista, es casi un manifiesto político, ya es muy interesante por sí mismo.

Un amigo me habló por aquel entonces de cierta web en la que el intríngulis consistía en corromper a auténticos hombres heteros por dinero y grabarlos en vídeos caseros. En resumen, algo muy similar a la prostitución masculina, pero con una cierta trama en que se asegura que los modelos son auténticos heteros. En inglés este tipo de porno amateur tiene diversos nombres, similares a “Broke straight men”. Es sabido el afán intrínseco que tiene todo marica por los hombres heteros; similar a la fijación que sienten gran cantidad de machirulos y heteropatriarcado por el cine porno con supuestas lesbianas. Empecé a bucear y a extraer texto real de algunos de estos hombres reales (heterosexuales con mujer e hijos etc, en apuros económicos) que accedían a ser filmados masturbándose por un puñado de dólares para poder llevar algo de dinero a casa. Otros eran estudiantes, o “sin techo” o divorciados, para poder pagar la pensión de los hijos a sus ex parejas. Aquí empecé a dar en hueso y ver lo que realmente me interesaba de todo esto: la precariedad. Éste es el gran tema de la función: estamos en venta. Mejor dicho, en oferta. De esto sabemos mucho la gente de teatro. Aquí fue donde encontré la columna vertebral de la pieza, y nacieron los personajes: un obrero separado, que trabajaba en la Ford y después de un ERE se ha quedado en paro, y un chavalote de hoy en día que tampoco hay manera de que consiga curro. Uno tiene que pasarle la pensión a su ex y el otro necesita dinero para poder alquilar un piso, emanciparse de sus padres y poder empezar a vivir con su novia. Ambos han sido repescados de la cola del paro para una sesión de porno gay amateur.

Como ocurre siempre: uno ofrece la mano y le agarran el brazo. Lo que parecía que iba a ser solo masturbarse delante de una cámara, acaba en porno completo, llegando a tragar con cosas que jamás hubieran imaginado que llegarían a hacer con otro hombre. Van tragando y aceptando, y el Cámara va soltando en goteo billetes como premio. Es la dinámica de víctima y victimario, aunque no todo es tan maniqueo, los tres están bajo presión, los tres son víctimas del sistema. El Cámara es un tipo de mediana edad que se dedica a filmar porno para una web (a cuyos jefes ni conoce) porque nadie quiere contratar a un cincuentón en ninguna empresa.

La escribí para Tantanian, él era mi verdugo ideal, maligno porteño. Pero el Maestro lógicamente marchó a Buenos Aires tras el taller de escritura y se quedó en el cajón largo tiempo. Años después la presenté a Russafa Escènica como pieza breve y fue seleccionada. Entonces le ofrecí el papel de verdugo a Aurelio Delgado, a quien le pareció muy interesante la propuesta, pero declinó la oferta. Luego se la ofrecí a Manuel Puchades, que aceptó, pero justo lo seleccionó Icíar Bollaín como actor para su última peli y le pillaba de pleno en las mismas fechas. Se echaba el tiempo encima y uno de los actores me lanzó el reto de por qué no lo interpretaba yo. Ya que no quedaba apenas tiempo, teníamos que empezar los ensayos, era verano, la ciudad casi vacía y la verdad es que yo conocía mejor que nadie la pieza. Fui un inconsciente y acepté. Me había jurado a mí mismo que no volvería a hacerlo nunca, actuar y dirigir a la vez es lo que nunca jamás se debe hacer, pero el tiempo apremiaba y me lancé en plancha. Nos lanzamos los tres y fue un proceso muy chulo. Nunca había trabajado con Pep Laza ni con Héctor Fuster, pero les tenía muchas ganas. Ha sido una gozada trabajar con ellos, somos realmente muy diferentes, pero nos hemos compenetrado genial y es un gustazo cada vez que nos reencontramos para hacer bolos. Yo tenía serias dudas de cómo sería la recepción de la pieza por parte del público, ya que la temática es bastante dura, pero al final la nave ha virado hacia el humor negro y la gente se parte de risa. Al verlo en vídeo parece una suerte de stand up comedy. Pensaba que la cosa se acabaría ahí y que ya no habría ninguna actuación después del festival Russafa Escènica, pero (por suerte) cada vez que la hemos representado se ha llenado por completo el aforo y han seguido saliendo bolos, y la pieza sigue en evolución permanente. En octubre de 2020 la hemos vuelto presentar en el Sporting Club con una parte nueva, que no voy a desvelar.

Y respecto a tu faceta de programador, nos encantaría que hablaras de los festivales que has organizado estos años y qué incidencia crees que tienen en la dramaturgia y las/os creadores.

Ser programador ha sido casi sin haberlo buscado, Cabanyal íntim empezó más como una acción política y social por defender al barrio de la demolición con la única arma que teníamos: la cultura.

Luego ya ves que programar es todo un oficio, y que resulta complicado acertar siempre. Al llevar los tres festivales Íntims (Cabanyal, Matarranya y Polinyà) y, además, programar la Feria de Ráfales en Casa Juano desde hace ya siete años, vas aprendiendo a elaborar una programación para todo tipo de públicos. Es bonito y complejo estructurar una programación de vanguardia coherente, variada y de calidad. Es como armar un rompecabezas en que todas las piezas han de funcionar por sí mismas y juntas a la vez como un engranaje, ya que tenemos que contemplar diferentes disciplinas (danza, performance, nuevas dramaturgias, poesía escénica, música…)

Es también una responsabilidad, ya que gran parte de la gente acude a ciegas a los festivales, sin conocer muchas veces ni a las compañías que programamos ni por supuesto las piezas que traen, ya que la mayoría son estrenos, piezas creadas ex profeso. Y el público, generoso, muchas veces hace un acto de fe y confía en ti y se arriesga a experimentar, a ver cosas nuevas.

Lo más bonito de programar los íntims es el enorme privilegio de poder seguir los procesos de creación y evolución de las piezas. No eres el padre de las obras (o sea, no eres el dramaturgo ni el director de las propuestas seleccionadas), pero sí cuanto menos el padrino: las ves nacer, crecer, les encuentras la mejor ubicación de las posibles. Las mimas, las acompañas y las recomiendas para que el mayor número de gente las pueda ver y disfrutar con ellas. Antes que dire, actor, dramaturgo o programador, siento que lo que soy de verdad es espectador, y me emociono cada vez que se apaga la luz y empieza la acción.